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El mecanismo universal del envejecimiento Marta Ramos

“Todos los seres humanos sentimos un ansia de no morir, un hambre de inmortalidad, un anhelo de eternidad”
Envejecimiento

La búsqueda de la inmortalidad o del elixir de la eterna juventud existe desde que la humanidad es consciente de que es mortal. Las culturas primitivas consideraban que la sangre de los animales transmitía energía vital y por eso se la bebían. Los egipcios desarrollaron buena parte de su cultura en la creencia de que el faraón era un ser inmortal, de ahí la importancia que daban a la construcción de las pirámides y a todo el proceso de momificación. En los siglos XVI y XVII fueron habituales las historias que narraban rejuvenecimientos súbitos entre los alquimistas y las prolongaciones antinaturales de sus vidas gracias a la disolución de la piedra filosofal en agua destilada.

Hoy, desde una perspectiva menos metafísica, cada vez más científicos están intentando descubrir algo que nos permita disfrutar de una inmortalidad terrenal: una prolongación indefinida de la vida humana. El objetivo de estos investigadores es, nada más y nada menos, encontrar alguna manera de impedir ese inevitable deterioro progresivo al que todos estamos predispuestos: el envejecimiento.

En el proceso de envejecimiento están implicados: cambios múltiples a nivel hormonal, trastornos de la apoptosis (implicados en el desarrollo de ciertas enfermedades que son más frecuentes en las personas mayores como el Alzheimer o el Parkinson) y la longitud de los telómeros, entre otros. Sin embargo, recientemente, científicos de diversas universidades norteamericanas afirman haber encontrado el mecanismo universal del envejecimiento. Estos investigadores han descubierto que la proteína sirtuina, conocida como condicionante del proceso de envejecimiento en levaduras, también funciona de un modo similar en organismos pluricelulares.

Desde hace aproximadamente diez años se sabe que esta proteína trabaja en dos sentidos: por un lado, ayuda a regular la actividad genética en las células, y por otro también ayuda a reparar roturas en el ADN. Igualmente, ya se conocía que a medida que pasa el tiempo y se van acumulando daños en el ADN, la proteína sirtuína es cada vez menos capaz de regular adecuadamente la actividad genética, dando lugar a las características propias del envejecimiento.

Como bien es sabido, en cualquier organismo todos los genes están presentes en todas las células, pero todos ellos están “controlados” para que su expresión o silenciación sea la apropiada. Como medida protectora las proteínas sirtuínas señalan, por tanto, qué genes han de permanecer desactivados. Sin embargo, se ha visto que estas proteínas abandonan sus funciones cuando el ADN resulta dañado por la luz ultravioleta o los radicales libres, y ayudan a reparar el lugar deteriorado. Durante este intervalo de tiempo, el envoltorio de la cromatina puede comenzar a desenredarse, y los genes hasta ahora silenciados comienzan a “despertar”. En la mayoría de los casos, las sirtuínas vuelven a su función inicial antes de que se produzcan daños permanentes. Sin embargo, a medida que se envejece, los niveles de daños en el ADN aumentan, y las sirtuínas se deben alejar con más frecuencia de sus “puestos de vigilancia”. Como resultado, la desregulación de la expresión genética se hace crónica. Muchas de las activaciones genéticas que se ponen en marcha a raíz de este proceso están directamente relacionadas con los fenotipos del envejecimiento.

En este estudio, publicado en Cell, también se afirma que al recolocar esta proteína en su sitio se mantiene la expresión genética del patrón de juventud incluso en la vejez.

Así que podemos pensar que quizás estemos muy cerca de encontrar el mecanismo universal del envejecimiento, y por tanto ¿quién sabe?, si también de una posible solución a él. Hasta el momento, los ratones que se utilizaron en el estudio alargaron su esperanza de vida entre un 24 y un 46%. Lo que aún se desconoce es hasta qué punto se podría prolongar la vida, y más aún, cuáles serían sus consecuencias.

Ahora podría ponerme a filosofar sobre dichas consecuencias, la ética del asunto, etc. pero creo que esto sería tema de otro blog, así que por ahora que cada uno vaya reflexionando y opinando sobre el asunto…

Fuente: Marta Ramos (UCCUAM)

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